Antes de que te vayas

Un día te levantas, como cualquier otro día, vas al trabajo, como cualquier otro día, haces lo mismo que cualquier otro día, pero este día no es cualquier otro día. Ese día todo cambia. Es el día en que sin saberlo tu vida va dar un vuelco total. Todo comienza con un mareo, una sensación incómoda. Algo anda mal. Llamas al médico y lo que comienza como una visita termina con un viaje en ambulancia a la Clínica; al parecer era más grave de lo que pensabas.

Llegas a urgencias, lo que tristemente en nuestro país es una experiencia aún más traumática que la misma enfermedad, si saben a lo que me refiero. ¿Y luego? Esperas. Una, dos, tres horas. Sientes que las cosas no van bien, y es que por muy profesionales que sean las enfermeras, por mucho que digan que debes confiar en la medicina y por mucho que digan que debes guardar la calma, respirar, tratar de controlarte, cuando sientes que algo no anda bien en tu cuerpo no es fácil decirle a tu mente que conserve la calma.

A eso, queridos lectores, sumémosle que la sala de urgencias es un lugar frío y despiadado, es la antesala a la esperada medicina que se encuentra detrás de una puerta que se abre de vez en cuando con el llamado de un nombre que no es el tuyo, pero es la esperanza de que estas a uno menos del desenlace. Todo un proceso macabro decidido por el dueño y señor del reino de la angustia y la desesperación: El Rey Triage, quien decide bajo sus propios parámetros quien corre peligro y quien no. El mismo que pretende que todo es rutina, que el mismo proceso lo hace cientos de veces al mes, aun cuando para ti es algo nuevo, que da angustia, que te hacer sentir ganas de llorar.

Pasa el tiempo y tu familia te mira de esa forma que conoces de pequeño, cuando quieren pretender que todo esta bien para que no te angusties, como cuando te llevaban a ponerte las vacunas o al odontólogo. Y es que todos, dando lo mejor de sí mismo, quieren pretender que es normal, que no pasa nada que todo va a salir bien.

Tienes frío, y miedo, y dolor, y tu mente no para de pensar en las posibles implicaciones de todo. Dejaste la cama destendida, la loza sucia, pero eso es lo de menos, si te atienden rápido y sales a la madrugada, probablemente te incapaciten un día y entonces laves la loza en la mañana, y la cama, la cama pues la tiendes antes de acostarte.

Te llaman, y entonces caminas, haciendo un esfuerzo que para los demás parece fingido, pero para ti es titánico, repitiéndote una y otra vez “no pasa nada, todo va a salir bien”. Entras, te revisan, te hacen un montón de preguntas y tratas de ser lo más coherente posible, de no dejar nada por fuera para que den rápido con lo que te pasa. Te toman los signos, te mandan exámenes, al parecer no es tan sencillo como pensabas.

Ves la cara de los médicos, todos tiene el maldito mismo semblante, esa cara de todo va a salir bien, pero para ti todo es nuevo, todo da miedo. Y es que el corazón te da un vuelco cada vez que dicen que te harán una ecografía, un electrocardiograma, un examen de sangre con un nombre que no entiendes pero que tratas de memorizar para que no se te olvide escribirlo en el grupo de WhatsApp de la familia.

Y no entiendes nada. ¿Cómo es posible que hace un día todo parecía normal y ahora se ha convertido en una pesadilla? ¿Cómo es posible que estés pasando por esto? Todos repiten “pero eres tan joven”. Gracias, pero no por ser joven eres menos vulnerable, no por parecer joven, porque de hecho ya eres grande, quiere decir que seas invencible, que no te cagues de miedo.

Respiras profundo, y vuelve la enfermera que evita al máximo el contacto más allá del profesional con el paciente, probablemente para no crear un vínculo que luego la atormente cuando las cosas no salgan tan bien. Es un hecho, te dicen que tendrás que quedarte para que te observen, que debes ser hospitalizado. La hora de visita es a las 8 de la noche y son solo 20 minutos. Ya vendrán y te canalizarán, y el doctor, que está pasando revista, te explicará qué es lo que pasa.

Ya sabes como son sus tiempos, pero por lo menos estas acostado. Respiras y te dan ganas de llorar, de salir corriendo, pero esa sería tal vez la peor decisión de todas. De hecho, estás en el mejor lugar donde podrías estar. Entonces piensas otra vez, ahora con un poquito más de calma, y repites “no pasa nada, todo va estar bien”.

Es claro que la loza se quedará sin lavar, la cama destendida quien sabe cuanto, y eso sin hablar de la incapacidad. Pero a quien le importa, pasa algo, algo grave, y el miedo te invade. En lo que piensas tontadas como esas, llega la visita, solo 5 minutos por persona.

La primera es tu madre, obvio, y en su mirada ves que no se despegará un segundo de tí. Así tenga que dormir la calle, esperar horas en el frio, con sueño y cansada, lo hará, porque así son las madres, y digo las buenas madres, porque no todas son de este tipo. Te besa, te repite una y otra vez que te estés tranquilo, que todo sale bien.

A ella le siguen tu padre y tu hermana.  Él es fuerte, creo que nunca lo has visto llorar, y esta vez no es la excepción, pero si lo has visto ansioso, miedoso, angustiado. Desde su posición trata de hacer lo mejor que puede, y le crees, es tu papá, además un buen papá.

Y ella, tu hermana, ella sí que no disimula nada. Llora, te consiente, te abraza, te toca, por primera vez sientes que hay un ser humano en la sala, o bueno uno como tu, miedoso, molesto, orgulloso, que no sabe que hacer y piensa que se las sabía todas, pero estaba muy equivocado. Te da instrucciones, como siempre lo ha hecho desde que eran pequeños, y te dice que estés pendiente. Te da confianza, y tu a cambio le dices que por favor cuide a todos, que lo cuide a él.

El último en entrar es él. Lo ves y se te hace un nudo en la garganta tan grande que tienes que respirar profundo y pasar saliva. Piensas “antes de que te vayas tengo tanto que decirte: que cuides de mis papás, que alimentes a k, que tengas cuidado al salir, que la casa quedó vuelta mierda, que si es el caso te quedes en mi apartamento, que ahí hay comida, que me dieron un par de medicamentos que tengo anotados pero que no he mandado al grupo de WhatsApp, que lo amo y ya quiero estar viendo pelis en Netflix como siempre, que juro que después de esta me voy a cuidar mucho más…”

Son los 5 minutos más cortos de mi vida y ya es hora de irse.  Yo debo irme, todos deben irse al final, los médicos y las enfermeras cumplirán su turno y se irán a sus casas a lavar la loza y arreglar la casa, o tal vez solo dormir porque fue una noche de mierda en urgencias.

Tu hermana irá con su familia, hay un pequeñín a quien cuidar. Tu madre, tu madre irá a buscar la forma de quedarse lo más cerca posible tuyo, ella de seguro no se irá, mientras tu padre se irá a ver las cosas de la casa. ¿Y él? Él estará hasta que sea posible, porque el también debe descansar, él debe trabajar, cuidar de sus papás y obvio de él mismo.

Te quedas solo, y en lo único en que piensas es que hay tanto que decir antes de que se vayan. Y justo en ese momento, en la soledad, no hay nada certero más que la ansiedad y el temor que invade tu corazón y tus entrañas, y piensas “hay tanto que decir antes de que te vayas”.

4 Comentarios

  1. aubescrit

    ¡Y si que hay tanto que decir antes de que te vayas!
    Tú relato me conmovió y poco falto para que me sacara las lagrimas, hoy en un día en que he traído la sensibilidad a flor de piel, y no es que necesites saberlo, pero yo he de querer mencionarlo, por que va encaminado al mismo punto. Esta mañana un fuerte suceso de violencia se desencadenó en el poblado en que crecí y me críe. Afortunadamente ni a mi ni a los míos les ha ocurrido nada malo, pero una joven estudiante, verdaderamente muy joven, falleció después de haber estado expuesta a un fuego cruzado en un enfrentamiento entre hombres armados. Yo no la conocía, pero su muerte de todas formas me duele. He llegado a tu artículo por mera coincidencia, y cada palabra que has escrito me ha llegado al corazón. Ella, la joven chica, seguro salió de su casa también pensando que aquel iba a ser un día normal, seguro pensando que sería otro día más de la larga lista de días de su vida…
    ¡Y cuantas cosas no hizo, cuantas cosas no dijo!, y entonces me encuentro inmediatamente temiendo por mi, y por mi gente, por que no dejo de preguntarme ¿porqué no hago todo lo que debería, lo que quiero y digo todo lo que necesito, ahora, mientras este viva?

    No sé si eres el chico protagonista del relato, pero si lo eres, deseo que todo este bien al final.

    Un abrazo grandote desde un recóndito lugar en México

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    1. Sergio Méndez

      Hola amigo! Primero quiero agradecerte por tomarte el tiempo y leerme. Luego contarte que sí, en efecto soy el chico de la historia, y por fortuna todo ha salido bien. Lo que me cuentas me llena de profunda nostalgia, aun más pensando en tanto dolor que la violencia causa en nuestro mundo. Y no lo digo por decirlo, lo digo con conocimiento de causa, porque mi país también sufrió todo este dolor durante muchos años (aun siguen pasando mil cosas). Es triste pensar que este tipo de cosas nos pueden pasar, pero es bueno tenerlas en mente, porque nos hacen pensar en vivir cada día como el primero y el último. Ama como nunca, da todo de ti, di lo que sientes, es la única forma de honrar a esa chica. Un abrazo de hombre lobo desde Colombia.

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      1. aubescrit

        Aww, un abrazo de regreso para ti, tienes mucha razón, cuando nos damos cuenta de que en cualquier momento podríamos morir, es que comenzamos a valorar mas nuestra vida.

        Pd. Soy mujer jeje, un abrazo

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  2. Luis Montilva

    Hola Sergio.
    Leer este artículo me dejó con esas ganas de saber que más pasa, mucho más allá de tu arte con las letras está tu esencia como ser humano plasmada en cada letra, palabra y frase. Al mismo tiempo me llevas a pensar en lo pésimo e inhumano que se ha vuelto el servicio de urgencias, me gustó mucho como maquillaste al Sr. TRIAGE esa clasificación nefasta que le quita humanidad al servicio. Sabemos que muchas personas van sin dolencias para obtener un día de incapacidad, pero es más el número de personas que asisten con la vida comprometida y tienden a tratarlos como los falsos que van por una incapacidad. Comparto tu escrito mucho más allá de que me gustó, como reflexión a mis amigos que trabajan en el sector salud. Un abrazo y espero que todo este muy bien.

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