«El clamor de la llamada le hacía sentir dulce e inefable alegría, salvajes añoranzas y exaltados anhelos por algo que no sabía comprender. A veces se lanzaba por los bosques, tras de la vibrante llamada, persiguiendo con aullidos, ora de gozo y amor, ora de cólera y desafío, siguiendo los impulsos de sus emociones como si de algo tangible se tratara.
Y hundía el hocico en el fresco musgo del bosque, y lo restregaba, atolondrado y ebrio de felicidad, sobre la tierra negra donde crecían las hierbas altas, y resoplaba con infinito deleite ante los olores que la tierra llana desprendía; o bien se agazapaba durante horas enteras como si se ocultase al acecho tras los troncos cubiertos de hongos de los árboles derribados, y allí permanecía con los ojos vigilantes y aguzadas las orejas para percibir los menores movimientos y ruidos de cuanto le rodeaba; acaso esperaría así sorprender a la misteriosa llamada incomprensible.
Mas ignoraba por qué hacía todo esto; una fuerza interior le impelía a obrar de tal manera, sin razonar el por qué».
El llamado de la Selva, Jack London.