Vivo para viajar, es un hecho. Incluso cuando regreso a lugares que ya he visitado y recorro los mismos caminos que ya he recorrido, siento que cada viaje es único, porque cada destino que visito es como un ser vivo, cambia con el tiempo y las personas. Nunca es el mismo lugar.
Me he convertido en un lobo errante. Cada vez que puedo hago maletas y me voy, no porque trate de huir de mi realidad como muchos lo han dicho, sino justamente todo lo contrario. Precisamente trato de encontrarme con la realidad, de salir de la burbuja en la que vivo, en la que paso la mayor parte de mis días preso de la rutina y a veces la monotonía.
Con el paso de los años he descubierto que el mundo es muy diferente al que se ve a través de la pantalla de un televisor, de un móvil o incluso de la ventana del autobús que tomo a diario. El mundo es enorme y está lleno de miles de colores, de olores y sabores que ni siquiera hubiera podido imaginar sentado en la sala de mi casa viendo el reality de moda o el noticiero de las siete. Y no quiero que me malinterpreten, porque no veo ninguno de esos dos nefastos programas que lo único que hacen es consumir el cerebro humano como el moho al pan.
Lo que quiero decir es que viajar me ha hecho sabio. Nada se compara con el aprendizaje de llevar una maleta a cuestas con lo que necesitas, o en todo caso, con todo lo que deberías necesitar. Son tantas experiencias: es dormir bajo las estrellas, es sentir la brisa en el rostro frente al mar, es escuchar el silencio de las calles de alguna ciudad, es recorrer caminos una única vez, es caminar mil veces por el mismo sitio, es conocer personas, es enamorarse un día, es beber, es fumar, es perder el control, es recuperarlo.
Es enfermarse lejos de casa, es curarse lejos de casa; es dormir en otras camas, acampar, extrañar el hogar, es llamar a mamá; es perderse, encontrarse, es llorar, añorar, valorar, comparar, es crecer; es subirse a un avión, a una lancha, a una moto-taxi, es caminar como desenfrenado; es tomar fotos, tomarse selfies; es envejecer, rejuvenecer, purificarse; es amar, reír, vivir; es comer rico, es apenas comer, es tener sed, es no poder parar, es de hecho tener que parar… es conocer.
Claro que también hay un montón de lugares a los que regreso, lugares que con el paso del tiempo se han convertido en parte de mi hogar, lugares con los que soñé durante muchos años y que cuando conocí no quise dejar de ver, así fuera una vez por año. Y es que eso pasa cuando viajas, descubres que el mundo se va haciendo pequeño y que ningún destino es ni muy lejano, ni muy costoso, ni muy arriesgado.
Por eso si me preguntaran que volvería hacer en esta vida, sin dudar respondería viajar, incluso viajar más.