Dejar Fluir

Luego de todo, pasé tres semanas sintiéndome completamente feliz. En serio, no miento, no lo digo para alardear frente a ustedes mis queridos lectores, ni mucho menos. Lo que pasa, lo que realmente pasa es que, una vez afronté los sentimientos, una vez hice «un cara a cara» al corazón y, seamos honestos, una vez que me agarré con las dos manos del sentido común, las cosas comenzaron a fluir y logré bajar los niveles tan peligrosamente altos que llevaba de melodrama y “empeliculamiento”.

Las alarmas se encendieron cuando dejé de hacerme ideas locas y me choqué con la realidad ineludible de que no todos andamos en la misma onda, ni todos estamos buscando lo mismo en el mismo momento. Me explico. El hecho de que yo quisiera tener una relación, comenzar a conocer a alguien, comprometerme (porque al parecer no era suficiente lidiar con el Transmilenio, mis jefes y mis múltiples problemas de autoestima, sino que además quería echarme encima un noviazgo), no quería decir que todas las personas que conociera, anduvieran en el mismo plan, o bueno, que aunque lo estuvieran, lo hicieran a mí mismo ritmo.

Particularmente soy ese tipo de individuo intenso y apasionado, que prefiere quemarse como un cerillo a estar aguardando viendo pasar la vida desde la ventana. ¡Súper! ¿verdad? Un tipo que vive el momento, que se arriesga y lo da todo. Pero lo cierto es que, cuando existe presión, cuando algo es forzado a ocurrir, nada bueno puede resultar. Y es que, después de la confrontación con el chico frente a la distinguida clientela del Starbucks Café de la Zona G, quedé muy pensativo con respecto a todas las cosas que me habían pasado.

Claro, que en el camino aprendí un montón sobre mí, sobre los chicos y sobre la forma en que los seres humanos nos conectamos. También resultaron unas cuantas crónicas que han hecho la comidilla de muchos, y que en el fondo me divierten un montón, no lo voy a negar. Pero lo más importante y lo que creo que hizo el cambio, fue que logré confrontarme (sí, una vez más porque en esas me la paso desde enero de este año) conmigo mismo y mis esquemas mentales.

Entonces, gente linda que me lee, me pregunté ¿Qué tal si la estaba cagando monumentalmente? ¿Qué tal si, de hecho, me estaba empeliculando y estaba armando tremendo show por algo que en esencia era muy normal y pan de cada día? La respuesta era más que obvia, y era un NO rotundo. No era empeliculada, ni show, ni tampoco se trataba de víctimas o victimarios, ni mucho menos. En realidad, se trataba de entender las cosas. De hablar, pero no solo de hablar con el chico maestro en desaparecer, sino de algo mucho más difícil: se trataba de hablar con el lobo interno, territorial, posesivo, controlador, de hablar conmigo mismo.

Y bueno, que la empresa me tomó varios días en los que me dediqué a la tarea de confrontarlo y sobre todo entenderlo. Caminé un montón, casi que toda una semana me devolví a pie desde la oficina hasta la casa, y es que caminar es un acto maravilloso, casi que se hace de manera automática, pero en últimas, logra aislarnos de la sociedad y nos permite esos momentos a solas que tanto se necesitan.

Como fuera, después de recorrer los mismos andenes, toparme con la misma vecina que saca a pasear sus perros afganos y de ver trotar a ese vecino en pantaloneta que es tan guapo, pero tan antipático a la vez, las respuestas, finalmente, llegaron a mí mientras cruzaba por el edificio de los Ciervos en la calle 72 con séptima. Cuando las descubrí, todo pareció aclararse, y digo, que casi fue como una epifanía, más o menos como cuando el Buda se iluminó después de meditar durante un montón de tiempo.

Lo que pasaba files lectores, es que, la vida es un ritmo. Era imposible pretender que el chico desaparecido funcionara como yo. De hecho, era imposible pretender que cualquier ser humano funcionara como yo, o como cualquier otro, porque a pesar de encontrar gente muy similar todos somos muy diversos, ¿eso es lo chévere del viaje no? encontrar gente diferente. ¿Qué pretendía acaso, conocer alguien y pensar que todo debía encajar a la perfección y seguir un protocolo de salidas hasta cuadrarnos? Pues obvio no, porque a las cosas hay que dejarlas fluir, sin presiones. Las coyunturas deben ocurrir, porque es lo que nos motiva a sentir, a decir que nos gusta, que no, a hablar, a saber, si nos andamos conociendo “despacito” o si no tanto.

Total, después de tanta verborrea mental, de tanta terapiada y autotratamiento intensivo, y obvio después de un coach personalizado de alto nivel a mí mismo, decidí tomarme las cosas con calma y dejar fluir la situación. Si dijeron que opté por pensar “Que bonito, este tipo en serio me está conociendo, se está tomando el tiempo, así que relájate y deja el video”, acertaron. Y es que las cosas generalmente no son blancas o negras; usualmente hay una amplia escala de grises y eso sin contar los colores. Y bueno, lo cierto es que decidí dejar fluir las cosas, sin presiones y más bien ponerme en la posición de conocer sin afanes.

En cuanto me quité el esquema mental de estar forzando las relaciones a la forma en que yo quería que ocurrieran y me dediqué a entenderlas como realmente estaban pasando, logré ser feliz. Las cosas comenzaron a darse naturalmente, hablamos de todo, de sus desapariciones, de las conversaciones (e ignoradas) vía WhatsApp y de esa tarde de tormento en el famoso Starbucks de Rosales. Incluso leímos juntos las Crónicas del Hombre Lobo y nos reímos un montón, esta vez, tomando un nevado y un granizado de café, en el Juan Valdez de la 73.

fin.

Foto: Instagram @danielvisuals

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