Hoy quiero contarles una de esas historias modernas que solo pasan en las películas gay románticas (las buenas que son muy pocas). Como ya saben mi soltería continúa, a veces pesada como una carreta de ladrillos, a veces liviana y divertida como un día de playa. Como sea ha pasado que ha llegado el sábado en la noche y ya había quedado con mis amigos en salir de copas a celebrar el cumple de uno de ellos. Y bueno el plan que comenzó con unos gin tonic de pepino en la casa terminó yéndonos de farra extrema recorriendo un par de bares de la ciudad.
Al salir de la casa yo ya me sentía preciso: preciso para bailar, para reírme y bueno por qué no para ligarme algún chico. Generalmente no soy del tipo de salir en plan de levante, mucho menos si voy con mis amigos, pero ante la ausencia de pretendientes serios y con un par de copas en la cabeza pues me abro a las opciones y ya está. Así las cosas salimos y terminamos en un bar de estos de la ciudad que tiene como 10 ambientes y que en resumidas cuentas es el mejor club de Bogotá.
Hicimos fila, pagamos, entramos y bebimos un par de copas más. Ahí yo ya estaba a todo dar. Y bueno no es que estuviera caído de la borrachera ni mucho menos, pero había alcanzado ese nivel que me permite tomar la iniciativa con los chicos cuando alguno de ellos me gusta. Claro que está la otra parte del asunto y es que soy algo exigente en cuanto a gustos se refiere. Tengo varias cosas que me gustan un montón de un hombre y que las tengo bien presentes cuando entro a un bar, por lo que no es fácil que alguien me llegue a impactar.
Para no entrar en detalles inútiles y extenderme en largas descripciones de cómo me gustan los chicos (y bueno seamos sinceros para dejar material para otras entradas del blog) no hablaré más de mis preferencias (¿exigencias?) en cuanto al género masculino se refiere. Bastará con decir que en cuanto puse un pie en la pista de baile este chico me gustó. Ojos redondos, acuerpado, buenos brazos, barba bien arreglada y prominente, estatura y complexión mediana y ante todo actitud bien masculina.
Ahora quiero que hagan un ejercicio mental conmigo y me imaginen de la siguiente forma: Estoy emocionado por el cumple de mi amigo, ando bebido, con una mezcla que comenzó con Bombay Saphire + Tónica y terminó con Bacardi + Ginger, ando “abierto a las posibilidades” lo que en últimas es una metáfora de “esta noche voy con toda” y en el juego de miradas que comienzo descaradamente recibo claras señales de que aquel individuo no era indiferente a mi presencia.
Pues no se diga más señores, el juego estaba abierto y esa voz interna que me convierte en galancete de pueblo comenzó a increpar que le hablara, que lo saludara y le dijera lo lindo que se veía sonriendo. Pues bueno así fue y el hecho en sí mismo es curioso porque en la vida real, y por vida real quiero decir sin tanto alcohol en la sangre, tiendo a ser tímido. De hecho esquivo las miradas en la calle y tiendo a fruncir el ceño, a mirar mal, ya saben del tipo medio rudo medio mojigato.
Como sea terminamos hablando y las cosas mejoraban cada vez más, no solo porque el chico tenía uno de estos trabajos de banqueros que tanto me seducen, sino también porque se expresaba bien hombrecito, masculino y con carácter, eso sin contar el hecho de que era gimnasta y que estando más cerca de él se le notaba aún más el buen cuerpo que tenía.
Todo era lindo en ese momento. La música sonaba pero que va, yo no la oía, de hecho me movía por inercia porque la gente a mi alrededor lo hacía. Como no escuchaba casi nada de lo que me hablaba debía acercarme de a poquitos para que me hablara al oído y entonces lo sentía cerquita. Cuando yo le hablaba me acercaba a su oído, entonces podía oler su perfume, algo así como 212 VIP de Carolina Herrera que hace a cualquier hombre literalmente irresistible.
En definitiva este tipo me gustaba, y bueno la verdad creo que yo a él porque nos averiguamos la vida en un par de minutos, si saben a lo que me refiero. Y precisamente en medio del intercambio de datos que tiende a parecer más una entrevista de trabajo que cualquier otra cosa, el individuo me pregunta si tengo novio. “Obvio no” le respondo desprevenido, claramente desconociendo que la pregunta estaba lejos de la obviedad. Y luego tal vez por inercia de la conversación voy y le pregunto ¿y tú?, esperando en medio de mi razonamiento afectado por la alta ingesta de alcohol que la respuesta fuera igual a la mía, pero para mi sorpresa no lo es y sin más me dice “si, yo si tengo novio”.
Este es el momento de hacer un alto y decir que me pegué la desinflada de la noche. De veras que no es por nada pero pocos chicos me gustan cuando voy de fiesta, pocas veces tengo el “coraje” (también conocido como nivel de alcohol en la sangre) para hablarles y pocas veces en efecto me gusta como hablan. Así las cosas mi yo interior comenzó como esposa cantaletosa a recriminarme: “claro tenía que tener novio” “obvio, siempre me gustan comprometidos” “no, no, no, rompe hogares si no, te veo mal!”
Desinflado, compungido y con el rabo entre las piernas disimulé lo que más pude mi disgusto y llevé nuestra conversación hacia un terreno más seguro con temas menos trascendentes, y en un derroche de franqueza desprovisto de cualquier diplomacia le dije al personaje que era una lástima, que estaba muy lindo y que la noche era muy bella pero que yo andaba buscando otra cosa y que con hombres con novio no voy, por cuestión de principios por supuesto, el principio de la practicidad, de no amargarme la vida con malos rollos y bueno también por aquello de no hacerle a nadie lo que no quiero que me hagan.
El chico, muy decente, muy coherente y con buen carácter me dice que él no anda buscando nada, que solo quería conocerme y ya, fin del asunto. Así sin más nos despedimos y yo me voy en busca de mis amigos que habían guardado una distancia prudencial para dejarme actuar libremente. Ellos al ver mi cara entienden la situación perfectamente y sin preguntar nos retiramos a la terraza a fumar.
¿Cómo quedé? Rayado obviamente, ahora si obviamente, y es que no era para menos, tengo esta maldición con el gusto por los tipos que hace que prácticamente ninguno me guste y claro el que me gusta fijo esta fuera de mi alcance. Lo cierto es que no armé tanto drama, pero quedé molesto, ya saben algo así como cuando querías almorzar carne y solo hay pechuga de pollo, y bueno igual te lo comes pero no es lo mismo, así igualito quedé, creo que la palabra es insatisfecho.
La noche continuó y no voy a mentir: bailé hasta el cansancio, me reí como imbécil de todo, bebí un poco más porque ¿adivinen qué? todavía resistía más alcohol, y más tarde por cosas del destino volvimos al mismo sitio donde nos habíamos cruzado al comenzar la noche. Pues bien él continuaba allí bailando con sus amigos y en cuanto llegué nuestras miradas se cruzaron y no se despegaron. La situación era bien particular porque yo sabía que aquello era arar en el desierto, pero él continuaba ahí, sin quitarme el ojo de encima, tanto así que mi amiga asombrada me decía “es que no te despega la mirada”.
Por un momento le seguí el juego, pero me pasa algo y es que mi mente comienza a pensar y pensar y hacerse videos rayadores y a maquinar situaciones que comienzan a atormentarme. Duré un rato allí hasta que me rayé del todo y me dije a mi mismo “mi mismo a la mierda con este man, vámonos de acá”. Mis amigos, lindos ellos y comprensivos, me siguieron cuando les dije «vamos a otro lado». Nos fuimos y justo cuando me disponía a bajarme de la pista sentí que me cogían por el hombro: era él. “No se vaya” me dijo mirándome a los ojos, y ahí me di cuenta que era un poquito más bajito que yo pero que tenía esa mirada profunda que tanto me gusta en un chico.
Yo le dije algo así como “¿para qué me quedo si vos tienes novio?”, entonces él me abrazó y me dijo “solo esto y ya”. Pues bueno que pocos abrazos de chicos desconocidos me han calado tanto como este. Era un abrazo fuerte y calientito al mismo tiempo, sentí sus brazos a mí alrededor, gruesos y velluditos y yo claro también lo envolví con los míos. Fue eso, solo un abrazo, pero que abrazo! que momento! me sentía como les decía en una peli rosa, del tipo Shelter o Hawaii, donde el erotismo se desliga de la genitalidad y enamora con aromas, sensaciones y miradas. Para mí la verdad el abracete duró un montón en el que disfruté cada instante: cuando nuestros pechos se juntaron, cuando rozamos nuestras barbas y pase suavemente mi mano por la parte de atrás de su cabeza acariciando su pelo.
¿Qué si nos besamos? No, obvio no, eso fue solo un abrazo, pero qué abrazo. Después de eso él volvió con sus amigos y yo con los míos.