Dejo de escribir en el computador. Miro el celular y leo lo último que me escribió, y pienso “tal vez sea nuestra última conversación, y fue por WhatsApp”. Respiro profundo tratando de contener las lágrimas que quieren brotar de mis ojos, no por él, porque a pesar que lo quiero un montón no siento que lo amo o que me voy a morir si no está; sino por mí, porque otra vez me estoy triste, humillado, desolado. Respiro otra vez y voy casi que corriendo al baño porque odio que me miren llorar, odio que me comiencen a preguntar “¿Qué te pasa?” y odio tener que contar mis penas porque cada vez que cuento mis historias las recuerdo y me duelen más.
Entro al baño, respiro profundo y dejo que las lágrimas rueden por mis mejillas. “Otra vez” pienso. Y me quedo allí sentado en la tasa dejando que el dolor fluya como la sangre de una herida recién abierta. “Tengo tanto que hacer” pienso, y recuerdo que estoy en la oficina y que apenas son las 9 de la mañana y salgo hasta las 17:00. Me gustaría estar llorando en mi cama, llorar hasta dormirme ¿saben? porque el sueño es el único momento de paz en estas circunstancias, pero no puedo, debo trabajar.
Entonces respiro y pienso “hay que continuar”. Me lavo el rostro, seco mis lágrimas, respiro un par de veces más y pienso “hay que continuar”.