Dramas contemporáneos versión Tinder

Cuando lo vio no lo podía creer. Sin duda era el hombre más hermoso que había visto en toda su vida, y bueno, eso era mucho decir teniendo en cuenta que había vivido en 3 continentes y recorrido decenas de países. Claro que era una fotografía en la pantalla de un móvil, pero aun así la imagen lo dejó sin aliento. Tardó un par de minutos en salir de su asombro y en cuanto volvió en si entró a ver las demás fotografías y el perfil, y cuál fue su sorpresa al darse cuenta que cada una era mucho mejor que la anterior. Una en las pirámides de Chichen Itzá, otra sosteniendo un oso perezoso en la selva amazónica, dos más de él desprevenido caminando por la playa con un imponente atardecer de fondo y una más abrazando un perro pastor alemán en algún otro lugar mágico quien sabe en qué parte del mundo.

Finalmente la respuesta a la eterna pregunta, de sí existe el amor a primera vista, había sido respondida y era afirmativa, él se acababa de enamorar a primera vista. Duró varios minutos repasando cada fotografía de Tomás, que era el nombre que aparecía en el perfil. Luego vio su edad: treinta años. Y bueno ese era un asunto que realmente no le importaba, pues estaba convencido que los treintas es la mejor edad de los hombres, pues todavía son jóvenes pero  tienen madurez (la mayoría), son independientes, tienen experiencia. Leyó el perfil, pero de ahí no pudo extraer mucha información, más que había estudiado en la Complutense de Madrid, de resto nada más. No había link con spotify, no había conexión con Instagram, no había ninguna descripción, no había nada más.

Frustrado y un tanto decepcionado por no poder saber más sobre aquel personaje que lo hacía suspirar, volvió a las fotografías para verlas una y otra vez. Después de estar así por un largo tiempo, una duda cruzó por su mente y se instaló en lo profundo de su corazón: ¿Qué pasaría si le daba like y no lo volvía a ver porque en efecto no iba a haber match entre los dos? Entonces sintió un vacío en el estómago seguido de una fuerte ráfaga de ira. Pensaba que sus problemas de autoestima habían quedado olvidados en el pasado. Estaba convencido que había superado esa oscura etapa y que era lo suficientemente maduro para saber que podía conquistar al hombre que quisiera en tanto se lo propusiera. Pero sabía también para gustos los colores y que había un amplio margen de posibilidad de que él precisamente no fuera del tipo de Tomás y se convirtiera en un “nope” más.

Distraído por la maraña de pensamientos que surcaban su mente a la velocidad de la luz, pulsó dos veces sobre una foto y en lugar de mover su dedo hacia la derecha lo movió en el sentido contrario, rechazando de inmediato la posibilidad de hacer match con Tomás. En tanto se dio cuenta, su respiración se detuvo un instante y un “noo”, profundo y doloroso, brotó de su interior como el lamento de una bestia que es alcanzada por la flecha de un cazador en la mitad del bosque. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había podido ser tan estúpido y distraído? Si había alguna posibilidad de hacer match con Tomás eso ya no importaba, él mismo se había encargado de cortar de tajo cualquier oportunidad existente.

Estuvo descontrolado durante todo el día. Apagó su móvil y pensó que todo estaba perdido. Sintió unas profundas ganas de llorar, una tristeza incontrolable que era tan ridícula que no se permitía contársela a nadie. En medio de su drama traído de los cabellos, tuvo una idea brillante: eliminaría su cuenta y volvería a abrirla y así, comenzando de cero, se dedicaría a buscar a Tomás. Sin dudarlo dos veces, emprendió la tarea y duró obsesionado buscando a Tomás durante días enteros.

En las noches, soñaba que lo encontraba y hacían match. Soñaba que hablaban por horas, que se conocían y que se tomaban fotos cargando a los osos perezosos en el Amazonas. Otras veces, los sueños no eran tan dulces y se convertían más bien en pesadillas; temía que olvidara su rostro y luego no pudiera reconocerlo.

Fue un lunes en la mañana, otro día más en el que no hacía nada más que buscar y buscar, cuando por fin lo encontró de nuevo. Había cambiado su fotografía de perfil por la de la playa, pero él se acordaba perfectamente de esa foto.

Sin detenerse abrió el perfil, tomó una captura de pantalla de cada una de las fotos y luego de un momento, con temor, pero dispuesto a afrontar sus demonios, deslizó su dedo hacia la derecha: ¡Match! Aquel fue el momento más feliz de su semana, todo el esfuerzo había valido la pena, todas esas noches en vela, todos los sueños y pesadillas, todos los días perdidos buscando habían rendido sus frutos. Sin esperar abrió el perfil para verlo de nuevo y, tan rápido como sintió tocar el cielo, volvió a la tierra con un duro golpe: el perfil le decía que estaban a 7485 kilómetros de distancia.

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