Hay que confrontar

Si me pusieran a elegir entre caminar descalzo por la Plaza de Bolívar, comerme un perro de mil de la calle o salir empeloto a correr en la madrugada en Bogotá, en lugar de confrontar al tipo con el que ando saliendo, muy seguramente escogería el menor de los males, es decir correr empeloto en la madrugada. De hecho, pensándolo mejor, preferiría salir corriendo, empeloto y descalzo comiendo el perro de mil por la Plaza de Bolívar, antes de confrontarlo, y es que el tema me estresa, hace que me suden las manos y me da angustia.

Personalmente culpo a la sociedad en la que nací. Una ciudad fría donde la gente prefiere mirar a otro lado antes que decirle al tipo que le está ofreciendo manillitas en la calle que no. En serio, prefieren dejarse poner la manilla de los deseos, hacerse el nudo que vale 500 pesos más y pagarle al “vendedor” 1000 pesos extra, por el cuento que se acaba de echar, que decir NO. ¿De veras es tan difícil decir no? Pues la respuesta, aunque irónica, es un rotundo SI.

Volvamos al tema. Debía confrontar al fulano, saber en qué estaba parado, si estábamos parchado, si volvía a abrir mi cuenta en Tinder, Grindr y Scruff, o si esto iba en serio. Y es que de plano tener que preguntar estas cosas me da pereza. Cuando uno va con alguien, sea lo que sea, es más chévere cuando las cosas fluyen. Cuando no se tiene que estar poniendo reglas. Yo personalmente me siento como educando a un niño, es decir, como diciéndole “y recuerda que no nos vamos acostar con nadie más porque andamos saliendo”.

¡Maldita sea! Si se sobre entiende que uno está saliendo con alguien y hay cosas que no se hacen. ¡Uno habla, uno aparece, uno se compromete hombre! Ahora bien, si el asunto es solo andar de parche, pues eso es otra cosa, pero entonces no ande mandando besos, ni perdiendo el tiempo con escenitas cursis que son puro show barato, y que en últimas no hacen más que confundir.

Como sea, en lo que llevo lidiando con tipos, que no son pocos años, siempre he tenido que confrontar. Y es que confrontar es un video, es algo que requiere tiempo, incertidumbre, angustias, noches en vela pensando “¿hacia dónde coños voy con este man?” “¿Cómo putas le pregunto qué somos sin parecer un loco intenso?” Claro, que debe ser por mi naturaleza pasional (¿intensa?), por mis múltiples neurosis, por mi impaciencia innata o por mi forma de ser controladora, que debo saber que puedo o no esperar de andar con alguien.

Recuerdo que una vez, por recomendación de una querida amiga cuya vida emocional es una montaña rusa, decidí dejarme llevar por la situación, vivir el día a día sin preocuparme por los títulos y simplemente no estresarme. El resultado: pues que obvio terminé vuelto mierda, enamorado de un fulano que solo quería “follar” conmigo uno que otro fin de semana, y yo, como imbécil, comprándole regalos de cumpleaños y jurando amor eterno.

Desde entonces decidí que no me iba a “dejar llevar” más. Es mejor preguntar a tiempo y saber a qué atenerse, en lugar de andar pensando cosas que no son. Y bueno, no vayan a creer que siempre soy el del video, porque esto también funciona en doble vía. Es decir, también me ha tocado decirle al chico dulce, que llega con paquetitos de M&M y con invitaciones románticas, que vamos por caminos diferentes, que yo solo quiero follar y que para eso no hace falta “endulzar” la situación.

Sé que deben estar pensando lo mismo que yo pensé: “KARMA”. Y es que es apenas lógico pensar que estaba pagando lo que le hice al pobrecito de las cartitas con dulces sentimientos. Pero no, porque a él, a pesar de ser demasiado duro, le dije las cosas de frente, lo confronté y le dejé bien claros los términos y condiciones. Pero claro, que una cosa es confrontar cuando no hay sentimientos de por medio y otra muy distinta es andar más tragado que Shakira cantándole a Piqué.

Como sea, llegado el momento, me armo de valor. ¡Coño! Hay que asumir la situación, hay que confrontar. No me podía pasar la vida esperando, ansioso, enloquecido con películas mentales, sacando a flote mi parte más neurótica y DRAMÁTICA, como dijo un querido lector la semana pasada (¡hola lector! Si tengo en cuenta lo que escribes). Así que me digo a mí mismo “Mi mismo: al toro por los cuernos, hagámoslo de una vez por todas”, y en cuanto nos vemos, acto seguido a pedir el Frappuccino de java chips que tanto me gusta (y engorda), le asesto la pregunta, esa que tanto tememos y que durante años y años nos ha costado el título de intensos, cursis e incluso anacrónicos: ¿Oye, y tú y yo en qué estamos?

Claro, que leerlo es muy fácil, pero en el momento es un video, porque da angustia, late el corazón rápido y dan ganas de salir corriendo. Pero al final es como un parto, tan pronto uno termina de hablar se respira cierta paz, sé es libre. Y bueno, que la respuesta es aún más contundente: “pues nada bonito, tu y yo nos estamos conociendo, sin afanes”, esto con un tono de tranquilidad inconmensurable, como lo más normal del mundo.

Personalmente quedo en las mismas, es decir, una avalancha de preguntas me cae como un alud de tierra negra. ¿hasta cuándo nos conoceremos? ¿Si la desaparición es parte de conocernos entonces no importa? ¿Debo desaparecer también? De hecho ¿Yo también puedo desaparecer? ¿Cuándo dejaremos de desaparecer? … Me quedo como imbécil chupando del pitillo y mirando fijamente al horizonte, pensando, y casi que puedo verme a mí mismo parado en una esquina al otro lado del café, fumándome un cigarrillo y mirándome con desprecio mientras muevo la cabeza en negación diciéndome: “ahí estas pintado, eres un intenso de mierda”. Sigo bebiendo mi Frappuccino y ahora pienso “Me imagino que ahora habrá que esperar”.

continuará…

Foto: Sos Chicos en la Playa. Estudio a plena luz del día. (1909) Herni Scot Tuke.

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