No podía esperar a llegar para sentarme a escribir. Y es que todo el viaje, o bueno lo poco que llevo, me la he pasado posponiendo este maravilloso momento en el que, finalmente, me voy a conectar conmigo mismo, con mis letras, con quien soy en realidad. Pasa que, lo que llevo en Madrid, me la he pasado encontrándome con varias personas que no veía hace mucho tiempo, desde mi exnovio de toda la vida, pasando por viejos amigos hasta personas que nunca pensé conocer en la vida real.
Y que claro, entre todo el movimiento de la celebración del Orgullo, de la emoción por llegar e instalarme en Madrid, de mi curso y bueno del verano, mi primer verano en realidad, las copas, la gente, los hombres guapos, la comida (algo no menos importante que el resto) y desde luego el viaje en si mismo, no he tenido realmente tiempo para sentarme a escribir.
Por eso, señores y señores, aquí y ahora, 11:11 de la noche hora madrileña en mi pequeño piso en Malasaña, con unas cuantas cervezas en la cabeza y una copa llena de agua tónica y algo de Bombay Saphire, me dije a mi mismo: mí mismo, necesito escribir, necesito soltarme en prosa como la hiedra crece por el muro, en buena prosa por supuesto, necesito dejar salir esto que llevo entre el pecho y la espalada y que me agobia un poco.
Pero vamos por partes. Todo comenzó unos meses atrás cuando planeé este viaje. Y es que me ha pasado algo muy curioso con toda esta experiencia en particular, y es que antes tenía mucha emoción, ansiaba en serio salir de Bogotá. Probablemente muchos me entenderán, porque Bogotá es linda sí, todos la amamos a pesar de todo, pero puede a veces volverse una mierda, algo definitivamente insoportable. No es solo el caos, la gente, el desorden, la inseguridad; es todo, el trabajo, el frío, la monotonía, incluso a veces la vida misma.
Pero bueno no me lean mal, que no soy un suicida ni mucho menos, no voy a saltar por el balcón, a lo que voy es que me estaba hastiando de todo. El asunto venía de meses atrás, así que en cuanto comenzó el 2017, decidí irme, irme lejos a un lugar que me gustara y que, aunque conocido fuera nuevo para mí pero que me siguiera sintiendo en casa. Estaba entre Buenos Aires y Madrid, pero el destino, que obra de formas misteriosas, decidió que fuera España y como por obra de magia puso en mi camino el curso de verano que siempre quise hacer.
De ahí en adelante todo fue una completa mierda. Permisos del trabajo, comprar euros, si, con un cambio infernal que nos desangra lentamente, retirar parte de mis ahorros, agendar ticketes, hacer maletas. Claro, que cuando comencé todo era maravilloso, que más me daba, si lo que quería era salir, no corriendo ni huyendo, porque no suelo escapar de mis asuntos, sino más bien buscándome.
Y me pasó algo curioso, y es que le conté a un amigo mío de hace tiempo esto mismo, claro más jovial y en mejor forma. Y él me dijo algo así como “¿pero no te habías encontrado ya, hombre lobo? Pensé que ya habíamos superado esto”. Claro que mi primera reflexión fue “que hijo de… le estoy abriendo mi corazón y me trata como un trapo de la cocina” Pero ya luego, más calmado, pensé que tengo todo el derecho de buscarme las veces que me dé la gana, donde me dé la gana y como me dé la gana.
Como fuera mis planes seguían en marcha. Que si a mi miago no le gustaba, pues me importaba muy poco, era una decisión tomada. Entonces, sin avisar llegó él. No quiero ser cursi, no quiero parecer una mermelada de arequipe porque no lo soy. No quiero sonar como un imbécil que solo habla de “esa” persona que le cambió la vida, porque en serio, no es así. Pero lo cierto es que la vida es muy curiosa amados lectores. Pasa que cuando quieres escapar, salir al mundo, buscarte, y de hecho lo logras, el universo mismo se encarga de ponerte alguien maravilloso en tu camino que, con un solo beso, con un abrazo, con una mirada, te puede recomponer todas las partes rotas que tenías dentro.
Alguien que te enseña que el camino para encontrarte no está al otro lado del océano, no está en una nueva vida ni en una ciudad distante, sino entre el ombligo y la barbilla. Pasa que, cuando ya tienes todo listo para emprender el viaje en tu búsqueda, llega esa persona que te encuentra y te conecta, sin poner un pie fuera de la casa.
Y bueno, que a estas alturas no había marcha atrás, y por mucha tristeza y nostalgia la decisión ya estaba tomada. De seguro este viaje viene con un millón de aprendizajes, eso no lo dudo. Pero lo cierto es que por lo pronto el hombre lobo se encontró antes de iniciar su camino y eso señores, es comenzar ganando.