#NuevaGuerrilla

Hoy me levanté como todos los jueves a clase de 7:00 y antes de despertar por completo me sacudió una terrible noticia: una “nueva” guerrilla había nacido. Y a pesar de las metáforas fantásticas y épicas que se han tejido alrededor de las guerrillas, esas que evocan historias salidas de novelas antiguas o películas de Hollywood, no es para nada emocionante, no es un movimiento liberador de los pueblos ni la lucha heroica de unos cuantos contra la opresión. No es la historia de “V” portando la máscara de Guy Fawkes luchando contra el Fuego Nórdico, ni la emancipación de Thomas A. Anderson en contra de las máquinas. 

Es más bien una sombra oscura y sangrienta que se ciñe sobre los recuerdos de todos como una densa mancha de aceite quemado que se niega a salir de nuestras vidas. 

Y desde luego no es una nueva guerrilla, porque es el reciclaje de una vieja historia que ya conocemos de memoria. No es una lucha social en contra de la desigualdad, porque conocemos los horrores de su maldad. No es más que el capricho de unos cuantos que prefieren las armas y la violencia sobre la paz y el diálogo. 

Termino de ubicarme en esta nueva realidad en la que he despertado y en cuanto reacciono a lo que me parece imposible de creer un vacío crece por mis entrañas, sube por mi garganta y se convierte en un nudo que hace dar ganas de llorar. No es nostalgia, no es tusa, no es hambre, ni rabia; es miedo, el sentimiento más oscuro y amargo que creí haber superado hacía tiempo por lo menos en cuanto a la situación de mi país se refiere.

“Otra vez” pienso, otra vez aterrados por la violencia, las masacres, los secuestros, el desplazamiento forzado, los crímenes atroces contra una población indefensa desamparada por su gobierno. “No quiero”, me respondo a mi mismo, como si la imagen mental que acabo de tener me hubiera horrorizado tanto que me hace reaccionar con angustia. 

Desafortunadamente, al igual que en muchas otras ocasiones en la vida, el hecho de no querer algo no es suficiente, y en medio de la crisis interna escuchó al fondo a un hombre que en plena catástrofe impela a la población a recomponerse y no culparse unos a otros, sino mejor buscar la solución en la unidad nacional. “Ojalá fuera tan fácil”, respondo en voz alta, como si de alguna forma estuviéramos hablando a través del radio o pudiera escucharme a kilómetros de distancia. Pero no, la verdad es que no me escucha y la verdad es que, si no es con el futbol o Shakira (y eso), es muy difícil unir a dos colombianos por una misma causa. 

Todo el día me la paso dando tumbos, haciendo las mismas cosas que hago todos los días, pero con el nudo en la garganta, con la angustia en la mirada. Cae la tarde y hace un día esplendoroso en Bogotá, algo muy poco usual en la ciudad. Cuando esto pasa todos salimos a la calle a tomar el sol, a sentir de alguna forma a pesar del frío y lo gris de este páramo inhóspito, nuestros corazones rebozan de calor y si, de alegría.

Por un momento el sol hace que el panorama no sea tan grave, de pronto el gobierno hace algo, de pronto si es solamente un 10% que se puede aplacar fácilmente y con un plan terminaremos con la sombra oscura de un pasado triste que al parecer no podemos dejar atrás. 

Termina el día y siento que esto es apenas el comienzo, que me duele la patria como no me había dolido en mucho tiempo y que todos los colombianos deberíamos tatuarnos en algún lado la palabra resiliencia como un acto político, a ver si algún día tenemos que dejar de usarla. Luego pienso que ojalá tuviera la oportunidad de tomar la píldora azul, y abrazar la dichosa ignorancia de la desesperación, pero claro esto no YouTube ni Instagram, esta es la vida real y esto es Colombia.

Fotografía: @Francisoegonzalez

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