Mi muy querido Cani.
Nunca pensé que las cosas terminarían así. Es decir, si algo tenía claro era que este mundo iba en un camino de una sola vía hacia la debacle y que eventualmente todo acabaría. Si, creía firmemente en el fin del mundo, en el apocalipsis, en que viviríamos los últimos tiempos, pero siempre lo vi como algo lejano, algo que en el fondo no quería que pasara. Pero claro, que esto lo pensaba cuando era un niño. Luego crecí y la adultez me tomó por su cuenta y terminé pensando que el mundo, por más terrible que pareciera, era un buen lugar para vivir, y que ese fin del mundo realmente nunca llegaría.
Y bueno nada de esto es en vano, la verdad es que fui el resultado de una generación dramática. Mi infancia y adolescencia fue marcada por el narcoterrorismo y la violencia, ya sabrás, muerte, explosiones y masacres por doquier. Luego cuando estuve más grande y pensábamos que habíamos sobrevivido sanos y salvos a la crisis económica del 98 y al pánico colectivo que generó el 2000, llegó el 9-11, para terminar de convertirnos a todos en un montón de paranoicos que lo único que esperábamos era que en cualquier momento el mundo se derrumbara frente a nuestros ojos. Es triste, pero creo que a mi edad ya he vivido más de una docena de apocalipsis, cada uno menos verosímil que el anterior, lo que terminó por hacernos perder la fe en el fin del mundo… hasta ahora.
Todos los pensamientos llegan a mi como una madeja de lana que no puedo desenredar, estoy abrumado, hay tanto que pensar, tantas cosas en mi mente que me gustaría desenchufarme un momento y pensar en nada. Me incorporo un poco y miro por la ventana. Llueve allá afuera y me parece increíble que hace menos de dos semanas estábamos comiendo un helado en el Crepes and Waffles de cerca de la casa y que hoy esté aquí al principio del resto de mi vida.
Esa tarde, ¿Te acuerdas? la del helado, decidimos salir a tomar aire después de estar toda la mañana haciendo pereza abrazados en la cama. ¿Sabes? Esos días que uno se queda viendo Netflix porque no dan ganas de hacer nada. Habíamos desayunado tarde, algo así como un brunch improvisado, y el helado venía perfecto como excusa para airearnos y quitarnos la modorra anquilosante del fin de semana. Ese día caminamos un par de horas, porque siento que tenemos esa costumbre de dar vueltas por el barrio. Recorremos una y otra vez las mismas calles, los mismos lugares, miramos las mismas casas. Era como un ritual de fin de semana que ambos disfrutábamos un montón.
La mayoría de las veces hablábamos de nuestros planes, los muchos planes que teníamos, aunque las últimas veces lo único que hacíamos era contarnos mil cosas del trabajo. Qué época, parece tan distante y realmente fue hace menos de un mes…
Ver la lluvia y sentir el viento frio que entra por la ventana me hace sentir reconfortado de estar en casa. Me cubro los brazos con la manta que tengo sobre las piernas para calentarme y mi mente vuelve al fin del mundo. Quién iba a pensar que la tercera guerra mundial no iba a ser entre naciones, que no iba a ser una catástrofe nuclear ni una confrontación armada, sino todo lo contrario, una batalla contra un enemigo silencioso e invisible, contra un virus. Por mi mente pasan todas las teorías conspiranoicas que me la pasaba viendo, probablemente más de la cuenta, y todas parecen encajar perfectamente como en un rompecabezas o mejor como un juego en el que no somos más que fichas que no valen nada. Cientos de miles morirán, muchos perderán todo lo que tienen y lo cierto es que la economía caerá, pero probablemente lo más fuerte de esta guerra no sea lo que estamos por comenzar a vivir, sino lo que venga más adelante.
Me incorporo a beber un poco de café y mientras acerco la tasa es imposible pensar cosas terribles. Europa ha caído, Italia lleva mas de 700 muertes en un día y España va por el mismo rumbo. El dolor me embarga y se me hace un nudo en la garganta del tamaño de una ciruela que no me deja terminar de beber, no solo porque me duelen las muertes y el drama de la gente, sino porque a esos lugares me une un lazo muy fuerte que es difícil de explicar, tu sabes. Mis ojos se llenan de lágrimas, algo que me pasa varias veces al día últimamente. Lo he llamado el momento emotivo del día, ese en el que pienso cosas terribles y no puedo dejar de llorar, porque llorar es la única forma que conozco de liberar los sentimientos atorados.
Cómo me gustaría que estuvieras aquí. Siempre me imaginé que cuando este momento llegara estaría contigo. Claro que hace tantos años cuando era niño no te conocía, pero en mi mente estabas como ese chico ideal con el que quería estar cuando el momento llegara. Lo bueno es que te conocí a tiempo, el chico ideal si existía. Pero como en toda historia digna de ser contada, las cosas no son tan fáciles, además pasa que la vida es muy curiosa, generalmente no nos da lo que queremos cuando lo pedimos, sin embargo, siempre nos proporciona todo lo importante cuando lo necesitamos.
Mi mente vuelve una y otra vez al fin del mundo. Es inevitable por estos días. Lo bueno es que ahora, después de tantas cosas, finalmente lo he entendido, no es el final del mundo, es el final de ESTE mundo. Y es el final de este mundo porque definitivamente la vida no volverá a ser igual, de eso estoy seguro. Todo cambiará, la forma en que veremos la enfermedad, nuestros seres queridos, las relaciones, el dinero, los recursos, el amor, la salud, la muerte.
En el fondo de mi corazón siento que este mundo necesitaba acabarse, porque ya era suficiente de tanta inequidad, de tanto dolor y mentiras. Que claro, no era la forma, pero ya que más da, ahora tenemos asientos de primera fila. Quisiera contarte un millón de cosas más, querido Cani, pero por ahora mi carta termina aquí. Perdona si he sido errático y un poco inconcluso, pero ya ves, es la primera ves que hago esto.
Ya te contaré con detalles más de lo que se me ocurra. Por ahora seguiré viendo llover, porque estoy harto de ver las noticias, de escuchar lo mismo de todos los días y de derrumbarme por dentro. Te dejo un pedacito de mi corazón esperando que mi carta de mañana sea más coherente y que cuando todo esto pase me lo devuelvas junto el resto que ya tienes.
Con mi cariño de siempre,
El lobo del fin del mundo.
Prefacio
Las crónicas del fin del mundo, a diferencia de las demás crónicas del hombre lobo, son una narración de ficción basada en hechos de la vida real. Son una novela contada a retazos cortos día a día y que eventualmente tomará forma. Esta historia es para ustedes. Por favor perdonen los errores.
Foto: unsplash.com/@enjoythesilence