Las razones de las madres

A mí me sacaron del closet hace casi 15 años. Y digo que me sacaron porque a diferencia de muchos afortunados que tomaron la decisión de contarle a sus padres que son gais o lesbianas, a mi me pillaron por conversaciones de Windows Live Messenger con mi novio de la época. Claro, que muchos se preguntarán cómo pudo pasar eso, quién revisa el computador de alguien y, sobre todo, qué es Windows Live Messenger. Pues bueno, vamos punto a punto, para lo que quiero que hagamos un ejercicio mental en el que nos devolvamos más de una década atrás para entender que la vida era muy diferente.

Y bueno, que la vida ahora es muy diferente a hace tres meses antes de que comenzara la pandemia, pero no me refiero justo a eso, me refiero a que hace quince años la tecnología era radicalmente diferente. En aquel tiempo el internet no era de alta velocidad, de hecho, era muy lento y era muy difícil acceder a contenidos audiovisuales, como fotografía, sonido o video. Descargar una imagen era un proceso que demoraba varios minutos y ver un video en línea podía suponer mínimo media hora mientras se descargaba, y eso en muy baja calidad. 

un zumbido hacía que la ventana del Messenger saltara a la vista y emitía un sonido estridente que era imposible de ignorar.

Nos conectábamos a internet por medio de módems colgados a una línea telefónica, pues las conexiones de fibra óptica eran costosas. Además, quiero que conciban un mundo sin Wifi, porque, aunque de hecho existía, no era de acceso masivo y era mucho más costoso, no solo por la instalación sino porque en la mayoría de las casas solo había un ordenador de escritorio y los teléfonos inteligentes no habían salido al mercado. Así como lo leen, sin móviles y solo con un ordenador familiar con acceso a internet que nos turnábamos todos y que tenía varias sesiones, en el mejor de los casos. De ahí que me pillaran las conversaciones por el Messenger

Lo que me lleva al tercer punto: Windows Live Messenger. Eso era como el WhatsApp de la época, pero amarrado a un ordenador de escritorio, con una torre gigante y un monitor en forma de caja que emitía más calor que un radiador. El Messenger era increíble, permitía crear grupos, hacer video llamadas, compartir fotografías y enviar zumbidos. Nosotros no conocíamos que nos dejaran en visto, porque si alguien se tardaba en contestar enviábamos un zumbido que hacía que la ventana del Messenger saltara a la vista y emitía un sonido estridente que era imposible de ignorar. Además, podíamos enviar varios zumbidos, hasta que nos contestaran o en su defecto se bloquear el computador de quien nos ignoraba. En definitiva, nos hacíamos respetar.

Pero bueno, me estoy desviando un poco del tema, por lo que dejaré para otra crónica la tecnología del pasado. A lo que voy con esta retahíla es que fui sacado del closet porque obviamente mis padres encontraron las conversaciones con mi novio y me confrontaron. Definitivamente lo mejor que pudo haberme pasado en mi vida, porque en esa época nunca les habría confesado a mis padres que era gay. 

Y se preguntarán por qué. Pues bueno eran otros tiempos, ser gay era algo mucho más malentendido que ahora, éramos mucho más estigmatizados, repudiados y discriminados, y nuestros padres, o por lo menos muchos de ellos, venían de una sociedad normalizada en el machismo, la homofobia y la discriminación hacia lo diferente. Que claro, nuestra sociedad sigue así en muchas partes, pero cada día más vamos ganando terreno y con cada generación somos más visibles, mejor entendidos y sobre todo más respetados.

Lo único que me importa es que mis papás se enteren, después de eso no me importa que lo sepa todo el mundo

Como sea, cuando me sacaron del closet mi vida dio un giro de “360º grados centígrados” (no es un error, es un chiste tonto noventero pero me entienden a que me refiero), y es que dentro de nuestra comunidad tenemos un paradigma muy particular que nos repetimos constantemente y que funciona como un gatillo para vivir nuestras vidas plenamente, que dice más o menos así: “Lo único que me importa es que mis papás se enteren, después de eso no me importa que lo sepa todo el mundo”.

Pues bueno, por lo menos en aquella época era lo que más nos importaba. Salir del closet con nuestros padres era el detonante para vivir nuestras vidas libremente, para definirnos como quisiéramos y vivir sin limitaciones nuestra sexualidad. Pero tampoco quiero entrar en generalizaciones, cada proceso es diferente y cada situación responde a contextos particulares.

Y eso es obvio, cada proceso es único, pero en el mío en particular me sorprendió mucho saber la postura de mi madre, después de un millón de conversaciones incómodas en las que debía justificar la razón de mi naturaleza homosexual (algo que definitivamente no debería ocurrir, pero que es asunto de otra crónica). Y es que, dentro de toda la madeja de ser descubierto, de sentirme culpable como si estuviera haciendo algo mal y de tener que justificar mis acciones, fue reconfortante entender las razones del temor de mi mamá al saber que era gay.

Pasaba que tenía miedo. No miedo de mí, ni de los comentarios que harían sus amigas y familiares al enterarse que soy gay. Tampoco era miedo por cambiar su forma de ver el mundo, obvio no, ellos son de una generación que vio más de una guerra, que tuvieron que adaptarse a las comunicaciones y la tecnología y que sufrieron en carne propia los horrores de una guerra silenciosa por años, están acostumbrados a ver y vivir el cambio. 

La razón de la angustia de mi madre al saber que era gay era el profundo temor que se alojaba en su corazón al pensar que podían hacerme daño. “En el mundo hay gente muy mala” me dijo alguna vez, confesándome que muchas noches no podía dormir al pensar que estaría en las calles a merced de intolerantes que pudieran herirme físicamente por mi naturaleza, que podrían discriminarme en el trabajo, que podría tener menos oportunidades simplemente por ser diferente.

Entendí que las razones de una madre son y siempre han sido vernos sanos, felices, realizados. Su temor siempre ha sido que nos hagan daño y que no podamos vivir plenamente la vida que nos dieron. 

Hoy, tantos años después de esa época de incertidumbre, cuando tantos pasos hemos caminado juntos, cuando seguimos unidos por un amor infinito, cuando nos hemos sentado a la mesa a comer y reír hasta el cansancio con mi novio como una familia, recuerdo las razones de mi madre. Razones que probablemente tendrán todas las madres buenas del mundo al ver crecer a sus hijos y que definitivamente solo se podrá sentir siendo una madre, natural, adoptiva o atribuida.

Hoy, precisamente el día de las madres, una fecha que debería ser los 365 días del año, pienso en las razones de las madres, la razones por no dejarnos salir, por los regaños, por las enseñanzas, por las prohibiciones y las recomendaciones a modo de cantaleta, y pienso lo afortunados que somos por las buenas madres, duras, regañonas, bravas, pero siempre amorosas.

Foto: https://unsplash.com/@jontyson

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